Teléfonos, portatiles, tabletas, televisiones y un largo etc… Las pantallas han llegado para quedarse en nuestros hogares, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. Por un lado, permiten conseguir información de manera inmediata, acceder a contenido audiovisual constantemente y sobre todo, distraer a nuestros pequeños y mantenerlos en silencio por un buen rato.
Sin embargo, sabemos que hay que ver también la otra cara de la moneda, y darnos cuenta de los efectos negativos que tienen estos dispositivos en nuestros pequeños. Su uso está cada vez más extendido entre ellos y en muchas ocasiones se utilizan sin seguir las recomendaciones de los expertos.
CUANTO MENOS MEJOR
Diferentes organizaciones, como la OMS (Organización Mundial de la Salud) o la AAP (Asociación Americana de Pediatría), recomiendan que:
- los niños menores de 1 año no tengan contacto alguno con pantallas.
- que los niños entre 2 y 5 años no las utilicen más de una hora al día.
Pero como suele suceder frecuentemente, las recomendaciones de las organizaciones están alejadas de la realidad de las familias y es difícil poder seguirlas a rajatable dentro de nuestras rutinas. Por ejemplo, diferentes estudios demostraron que los niños entre 3 y 8 años promedian 2,2 horas delante de las pantallas. Y que aquellos entre 8 y 18 promediaban ¡7 horas al día!
El gran problema con las pantallas es la adicción que generan, que hacen que cuanto más se usen más se quieren usar, y crean un círculo vicioso del que es difícil salir.
EL DIFÍCIL TÉRMINO MEDIO
Nos suele resultar difícil seguir las pautas y consejos y ponemos a nuestros niños delante de pantallas ya desde muy pequeños. En muchas ocasiones nos ayudan a calmarlos, hacen que dejen de llorar y nos permiten tener unos minutos de calma y tranquilidad. Pero entonces ¿somos malos padres por no seguir las recomendaciones de los expertos?
Aristóteles identificó la virtud, como el hábito de actuar según el justo término medio entre dos actitudes extremas. Como en la mayoría de los aspectos de nuestras familias, y de la vida en general, la respuesta se encuentra a mitad de camino.
- Utilizar con prudencia. Si necesitas 15 minutos para sentarte y sabes que tu hija de dos años se va a quedar en el sofá tranquila si le pones dibujos, o si tu bebé de 6 meses sólo deja de llorar si le pones una canción en el móvil o el sonido de agua de río corriendo (todos son ejemplos que conozco de primera mano) puedes utilizarlo sin sentirte mal. Eres libre de no tener remordimientos. La clave está en que no se convierta en la herramienta principal para distraer o calmar a nuestros niños. Más bien debe ser la última opción que a utilizar. No se lo ofrezcáis automáticamente y no dejéis que se convierta en un hábito. Romperlo luego será muy difícil.
- El valor del aburrimiento. Quizás sea el consejo más importante que os pueda dar como profesional y como padre. NO PASA NADA SI VUESTROS HIJOS SE ABURREN UN RATO. De hecho, es muy beneficioso para ellos. Cuando se aburren los niños desarrollan la imaginación, la creatividad y participan en el juego simbólico, que es clave para un desarrollo psicológico óptimo.
Si los niños aprenden que cuando empiezan a aburrirse los padres vamos a solucionárselo de alguna manera (con una tablet, un helado o un juguete) siempre dependerán de nosotros para estos momentos. En cambio, si dejamos que sean ellos los que se busquen sus propias alternativas, veremos como poco a poco irán encontrando maneras de entretenerse por ellos mismos.
Puede resultar complicado, sobre todo al principio, porque los niños tienen la capacidad de ser muy “insistentes”. Por ello los padres hemos de armarnos de paciencia y desarrollar nuestra tolerancia hacia estas situaciones. Pensar que es algo que resulta muy molesto en el momento, pero que os reportará muchos beneficios a largo plazo.
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