La semana pasada, mientras paseaba con nuestra hija mayor, nos encontramos de repente con la celebración de las fiestas de un barrio. La gente se aglomeraba en la plaza, cerca del escenario de música que habían montado para la ocasión, aprovechando felices el buen tiempo no esperado en estas fechas. En una esquina, descansaban las figuras de los gigantes, esperando su turno para ser protagonistas.
“Mira, hay unos gigantes ahí. ¿Quieres subirte a mis hombros para poder verlos mejor?” Es infalible. No creo que haya recibido nunca una respuesta negativa de nuestra pequeña ante tal propuesta. Tras unos minutos de paseo para contemplar un poco el ambiente, decidí buscar un sitio desde el que pudiéramos ver bien el espectáculo una vez comenzara. “Nos quedamos aquí para ver a los gigantes ¿vale?” Todo en orden. Por ahora.
DE PADRES GATOS HIJOS MICHINOS
De repente nuestra hija empezó a patalear con las piernas y a gritar “¡Aita, vámonos, vámonos! No era ninguna sorpresa, en ocasiones anteriores le habían dado miedo las figuras de los gigantes, y por lo que parecía, esa sensación seguía ahí. Y no me resultaba para nada ajeno. Recuerdo perfectamente el pavor e intranquilidad que me producían a mi mismo cuando era un niño pequeño. Eran una parte de las fiestas y de las celebraciones que nunca entendí, y que desde luego no disfrutaba. Así que sin pensarlo dos veces, me di media vuelta, busqué una vía por la que poder salir de la muchedumbre, y nos fuimos para casa.
Al compartir mi experiencia con conocidos he descubierto que este miedo es frecuente, tanto en padres como hijos. ¿Por qué algo pensado como algo festivo puede producir tal miedo en dos personas de dos generaciones tan diferentes? ¿Por qué se hacía y por qué se sigue haciendo?
LA CULTURA DEL MIEDO
Gigantes y cabezudos, cuentos e historias populares, teatros de títeres y marionetas… Hay una serie de elementos dedicados al entretenimiento infantil que juegan también a “asustar” a los más pequeños ¿por qué?
- Durante mucho tiempo las historias transmitidas por la tradición oral, contadas de padres a hijos de manera sucesiva, servían para educar y transmitir a los más pequeños las advertencias básicas sobre los peligros “locales”. Los lobos, el hombre del saco, los ogros, los gigantes, las brujas… representan los miedos y los peligros correspondientes a cada zona geográfica, y a través de las historias se pretendía educar a los niños sobre lo peligroso del bosque, de salir de noche solos, de hablar con desconocidos…
- De la misma manera hay tradiciones ancestrales, que todavía se conservan a día de hoy, que teatralizan y dramatizan los miedos, los terrores y los “demonios” de cada localidad. Festejos y rituales con muñecos del diablo, de las brujas, de animales y seres del bosque… Era la manera ancestral de relacionarse con el mundo de lo desconocido, de todo aquello que no eran capaces de entender… Una manera primitiva de enfrentarse a sus miedos más profundos.
¿Y por qué hoy en día, en pleno siglo XXI, en la era de la información y de la post-verdad, se siguen manteniendo este tipo de tradiciones y rituales?
Creo que en gran parte es porque estamos “programados” para este miedo, la parte de nuestro cerebro responsable de esta sensación, reside en lo que llamamos el “cerebro primitivo” o “cerebro reptiliano”, que son una serie de estructuras cerebrales desarrolladas hace millones de años, que controlan los comportamientos insitintivos y que están encargados de las funciones de supervivencia más básicas.
De cierta manera, este miedo nos “conecta” con nuestro pasado, con nuestra historia, y nos devuelve a un tiempo donde funcionábamos de manera más primitiva y más básica. Ahí reside un “placer oculto” que nos empuja seguir con este tipo de tradiciones. Son terroríficas sí, pero nos sentimos atraidos hacia ellas.
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